¿Qué sentido tiene la vida? 

Apuesto que muchas veces nos hemos hecho esta pregunta y, seguramente, si se la llegáramos a realizar a alguien más nos contestaría: ser feliz. Pero ¿realmente ser feliz es lo que le da sentido a nuestra vida?

Pascual Bruckner nos lleva de la mano a desmembrar lo que es la felicidad, desde distintos puntos de vista, en su libro: La euforia perpetua.



Y es que en la era moderna ya no existe la posibilidad de ser infeliz, cualquier sentimiento que sea considerado de baja estirpe nos genera compasión y lástima por el otro. La felicidad se ha vuelto un deber que nos hace sufrir, es un grillete con el que la sociedad nos condena, si no llegamos a ese estado de plenitud y que -de una u otra forma- no los está recalcando en todo lo que hacemos...y también en lo que no.


En muchas ocasiones, la cotidianidad nos vuelve ciegos al punto de no prestar atención en cosas que suceden en todo momento, y no nos percatamos de la importancia que pueden llegar a tener. Desde el simple hecho de que nos pregunten qué tal te van las cosas, de una forma implícita estamos sometiendo a las personas a preguntarse en qué momento están, en qué se han convertido, esta reflexión genera un peso sobre las personas, ¿estaré haciendo lo correcto?, ¿realmente me va bien? En el momento que vivimos no importa cómo vayan las cosas, lo importante es que vayan, sin embargo, al final de cuentas, ¿por qué tienen que ir las cosas?

Los cumplidos o alguna mala frase que lleguemos a realizarle a alguien pueden generar un golpe en su estado anímico, desde llevarlos a tener un excelente día, hasta lo contrario; como un “Hoy te ves terrible” o ¿Estás enfermo?, resulta como si les disparáramos a quemarropa, los arrancamos de la estabilidad en la que se encuentran y los obligamos a ocultarle a todo el mundo esa cara gris que hemos provocado con un comentario desafortunado. Así de frágil es la felicidad, así de sencillo es pasar de cero a cien en cualquier sentido.

Esta búsqueda de la felicidad se ha convertido en una enfermedad que nos vuelve miserables y desgraciados por el hecho de no encontrarla. Y es aquí en donde nos podemos realizar distintos cuestionamientos, ¿cuánto dura la felicidad?, ¿de qué forma accedo a ella?, ¿qué hago cuando soy feliz? Y es que no es de extrañarse que nunca estemos seguros de ser felices de verdad. La preocupación de la felicidad es tanta que las personas de hoy en día sufren también por no querer sufrir.
La desdicha no sólo es la desdicha, es algo peor: el fracaso de la felicidad”.

En resumidas cuentas, existe todo un mundo aparte de lo que es la felicidad, hay otros valores como la libertad, la justicia, el amor y la amistad que pueden encontrarse en un nivel mucho más alto que aquella felicidad efímera. Y es que no se trata de estar en contra de la felicidad, sino en contra de la metamorfosis ese sentimiento frágil en un placebo colectivo al que todos debemos entregarnos ya venga en cualquier tipo de forma. En ocasiones, el abandonar el sueño de alcanzar ese estado de plenitud nos puede llevar a saber más de la suerte, la fortuna y los placeres. La vida nos debe de gustar demasiado para querer ser solamente feliz.


Mauricio Manríquez

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